Luego, los investigadores compararon las cifras y obtuvieron algunos resultados que no habían previsto.
Lo que menos les extrañó fue que, cuando los hombres desayunaron y se quedaron sentados, terminaron teniendo un excedente de energía, pues habían ingerido aproximadamente 490 calorías más de las que quemaron ese día.
No obstante, cuando se comieron el tazón de avena y luego se ejercitaron, mantuvieron el equilibrio de energía con gran precisión, pues quemaron y consumieron casi la misma cantidad de calorías ese día.
Lo más interesante sucedió cuando ayunaron antes de la sesión de ejercicio. Al haber consumido la mayoría de las reservas de carbohidratos de su cuerpo durante la sesión de bicicleta ese día, los hombres mostraron un apetito voraz durante el almuerzo y consumieron muchas más calorías que durante las otras visitas al laboratorio.
Pero después de que dejaron de comer y al final del día, mantuvieron un déficit de energía de casi 400 calorías, lo que significa que recuperaron muy pocas de las calorías que quemaron durante la sesión de bicicleta.
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Estos descubrimientos tienen implicaciones para quienes desean usar el ejercicio como una forma de control de peso, comentó Javier González, catedrático sénior en la Universidad de Bath, quien supervisó el estudio. Sugieren que ejercitarse con el estómago vacío por la mañana podría no provocar comer de más después sino, más bien, terminar con un déficit de calorías.
Agregó que, si esa situación se prolongara, es decir, si durante cierto tiempo una persona siguiera realizando sesiones diarias de ejercicio en ayunas, sería probable que bajara de peso.
Aun así, este estudio fue pequeño, a corto plazo y solo participaron hombres jóvenes y en forma que comieron avena en el desayuno. Se desconoce si estos resultados serían similares a los de quienes somos más viejos, tenemos sobrepeso, no estamos en forma, somos mujeres o comemos huevo con tocino por la mañana.
El estudio tampoco explica por qué los hombres que ayunaron antes de ejercitarse no continuaron ingiriendo comida todo el día; sin embargo, es probable que los mensajes del cerebro acerca de remplazar los carbohidratos perdidos hayan sido urgentes pero también pasajeros.
González y sus colaboradores esperan analizar esas interrogantes en estudios futuros.